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    El corazón de seis mujeres detrás de la bata blanca y de sus múltiples batallas

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    Una noble labor la que Droguería Inti y B.BRAUN reconocen y visibilizan mediante la historia de seis profesionales que comparten cómo es su rutina y las anécdotas que guardan con especial nostalgia ¿Quién está detrás de ese mandil que espera al paciente en un centro de salud?

    El mundo tiene más de 20 millones de heroínas con bata blanca. En Bolivia, según el Censo de población del 2012, superan las 30.000. De esta cifra, nueve de cada diez son mujeres que cumplen diferentes roles, son madres, esposas o ambas a la vez.

    Muchas personas las llaman guerreras, en esta ocasión las llamaremos enfermeras. El 12 de mayo es su día, Droguería INTI y B.BRAUN, quieren reconocer su labor visibilizando sus historias a través de seis profesionales activas de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz y que trabajan en primera línea frente al COVID-19.

    La vida de cada una de ellas puede ser tan extrema como impredecible. Su noble labor las lleva a presenciar momentos tan preciados, como el nacimiento de un bebé; hasta difíciles, como los últimos minutos de vida de una persona.

    “Las enfermeras son el corazón de los hospitales. No sería posible cuidar la salud sin ellas, sin su contribución y participación proactiva en todos los niveles del sistema sanitario”, asegura Marco Antonio Torrico, gerente de la Unidad de Negocio Hospitalaria de Inti.

    Los momentos únicos de esta vocación

    “Las enfermeras pasamos por momentos únicos y para muchas familias, los más importantes”, relata Anabel Collarana, enfermera de la Caja Nacional de Salud (CNS) de Santa Cruz, oriunda de Oruro y formada en la universidad estatal de Sucre.

    “Cuando estamos en el área de ginecología recibimos a los recién nacidos y compartimos la bendición de la familia. Pero a la vez, en quirófanos o áreas de terapia intensiva tenemos la oportunidad de acompañar los últimos momentos de personas que van a partir a la presencia del Señor”, complementa con ojos de nostalgia.

    Guadalupe Ledezma, enfermera de la Caja Nacional de Salud (CNS) de Cochabamba y Fátima Soria, también de la Unidad de Cuidados Intensivos de la Caja Petrolera de Salud (CPS) de Santa Cruz, coinciden en que la vocación de enfermera “es un don que implica servir al prójimo”.

    Además de profesionalismo, capacitación y entereza, estas mujeres requieren de gran paciencia y sabiduría para tratar adecuadamente a los pacientes, algunos más complicados que otros, ya sea por carácter o por su condición médica.

    “El cuidado es nuestra principal misión y no me refiero sólo al de los pacientes, sino también al de sus familias. Siempre tratamos de transmitirles alivio y de acompañarlos, inclusive en situaciones donde ya no hay posibilidad de cura”, afirma Martha Limachi Galarza, enfermera de Oncovida de La Paz.

    En la misma ciudad, pero desde el hospital Obrero, la enfermera de Hemodiálisis, Edith Patiño Aguilar, coincide con su compañera, mientras destaca las muestras de cariño que reciben a cambio: “Recibir las bendiciones de los pacientes durante el tratamiento, es una de las cosas más lindas en mi vida. Es como si al hacerlo, Dios los estaría escuchando”.

    Para la sanitaria de la Caja Nacional de Salud (CNS) de Cochabamba, Darcy Goitia, “lo más gratificante es salvar la vida de los pacientes y ver su sonrisa cuando se recuperan”.

    El camino no es llano para una guerrera de salud

    ¿Qué es lo más difícil de ser enfermera? Si bien día a día, estas profesionales luchan por salvar vidas y sanar enfermedades, pocos visualizan la faceta un poco más oculta que estas profesionales deben aprender a manejar y controlar de forma paralela a su trabajo: sus propias emociones.

    Anabel Collarana, por ejemplo, asegura que le ha tocado aprender a convivir con el dolor, ya sea físico o psicológico, ya que es algo que va de la mano con atender diferentes patologías en una misma jornada. Fátima Soria coincide con ella. Dice que apunta a lo complejo que puede llegar a ser no involucrarse en el dolor del paciente y de la familia.

    “Nosotras debemos ser empáticas, pero también intentamos evitar llevarnos una carga emocional de las vivencias que tenemos en los hospitales a diario. Aprender a hacer un balance entre no perder la humanidad, y a la vez, no involucrarse con el dolor ajeno, es una misión diaria muy compleja, pero que debemos realizar para poder sobrellevar esta profesión que nos apasiona”.

    Darci Goitia toca otra arista: tener espacio para el tiempo familiar y personal. “Tenemos que estar siempre listas, con predisposición y psicológicamente preparadas, para trabajar fines de semana y feriados”, asegura.

    Las profesionales comentan que otro importante asunto es lidiar con las emociones del resto. “Algo muy complicado es seguir con los tratamientos médicos o de enfermería cuando el paciente pierde la motivación de seguir viviendo. Por ejemplo, es un gran desafío tratar a casos terminales. La actitud que cada uno tome puede ser determinante, puede hundirlos aún más o levantarlos”, comenta Edith Patiño.

    El día a día de ser una enfermera

    “Por veinticinco años mi rutina ha sido levantarme temprano, hacer las labores de casa, atender a mis hijos y salir al hospital, en ocasiones incluso sin desayunar”, cuenta Edith Patiño. Una vez fuera de casa, ella espera la movilidad que la lleva al hospital Obrero, sin importar las condiciones climáticas, ella se para en el mismo lugar todas las mañanas.

    Con unos buenos días a cada colega que se cruza, su cálida voz hace notar su llegada. Se pone su bata blanca y sus alas invisibles, y empieza la jornada. “Una vez me pongo el uniforme, recibo el turno de la colega que está por salir. Yo trabajo en hemodiálisis, y al ingresar debo revisar la programación, ver que las máquinas de hemodálisis estén funcionando adecuadamente y empezar a preparar todo el material para realizar la depuración sanguínea”.

    Antes de terminar la jornada, Edith trata de darse tiempo para compartir con sus colegas y saber cómo están. Al regresar a casa, el descanso se hace esperar, pues continua su labor de madre, revisa cuadernos, alista la cena y se prepara para el día siguiente.

    ¿Cómo son los hábitos alimenticios de una enfermera? Guadalupe Ledezma cuenta que, al igual que su trabajo, su alimentación es por turnos. “Un día desayunamos en familia, otro día podemos cenar y otro quizás nos toca almorzar, aunque, hay meses en los que no alcanzamos a comer juntos a ninguna hora”.

    Explica además que no siempre desayunan temprano en la mañana, ni comen a las doce en punto, ya que su día a día gira en torno al estado de sus pacientes. La jornada de una enfermera es larga, cambiante, ajetreada y laboriosa, pero muy gratificante; en eso coinciden las seis.

    “Evidentemente el hecho de estar al servicio de la población prácticamente los 365 días del año, trae este tipo de cosas, pero lo asumimos desde que somos estudiantes y lo reafirmamos como al momento de hacer el juramento de velar siempre por la salud de las personas”, comenta Anabel Collarana.

    Cuatro anécdotas que perduran

    La compasión y la dedicación de las enfermeras por sus pacientes va más allá de lo que a veces la gente imagina. Para muchas de estas profesionales, sus internos tienen un lugar especial en su corazón y las motivan a trabajar con gran entusiasmo y compromiso. A continuación, conmovedoras historias de estas servidoras de bata blanca.

    1. El niño del cuarto café

    Hace un par de años a Martha Limachi le tocó atender a un niño de ocho años con leucemia linfoblástica aguda (un tipo de cáncer hematológico). Lo acompañó durante su primer ciclo de quimioterapia y al darle el alta médica, le entregó a la madre algunas recomendaciones para la casa. En la consulta siguiente, el niño volvió pálido y cansado, tanto que al simple movimiento se fatigaba. Además, tenía un cuadro de deshidratación severa, las defensas bajas y fiebre. La madre, muy tímida le contó a la enfermera que no pudo seguir las indicaciones en casa y mucho menos comprar los medicamentos.

    Ante esta situación, junto a una compañera, Limachi decidió acompañarlos a casa. El lugar era muy alejado para acceder. Al llegar se encontraron con un cuarto de barro sin luz; usaban velas, no tenían agua y menos servicios higiénicos.

    “Las recomendaciones no tenían lógica para esta situación. Era invierno, el frío empeoraba y mirábamos al niño con bastante miedo y una debilidad en su cuerpecito que rompía el alma. Inmediatamente buscamos ayuda, logramos que se cambie de casa y les encontramos padrinos que solidariamente los ayudaron con alimentación y medicamentos.

    Esta realidad me golpeó y desde entonces entendí que, para dar recomendaciones, antes debo involucrarme con la situación de cada paciente, con su realidad social y económica”, puntualiza.

    2. Mamá Canguro

    En el código de salud en Bolivia, uno de los requisitos para titularse como profesional de Salud, es indispensable el llamado “año de provincia”, uno que Edith Patiño, recuerda con especial cariño.

    “Cuando hice mi año de provincia, tuve que asistir en un parto prematuro. El bebé tenía pocas probabilidades de vivir, ya que el hospital era de primer nivel y no contábamos con incubadoras. Fue ahí que me acordé del método de la madre canguro, que alguna vez nos explicaron cuando era estudiante, y junto a tres auxiliares y un médico logramos realizarlo. Cada cuatro horas, teníamos al bebe piel a piel para darle calor y mantenerlo vivo, esto lo hicimos por casi 32 horas y así el bebé logró sobrevivir”, comentó.

    3. La soledad y él

    “¿Se dio cuenta usted que nadie me visita aparte de mi hermana?”, comienza así una conversación que Edith no olvida hasta hoy. Era un viernes por la tarde y un adulto mayor que cada día salía de su habitación para pasear por el pasillo del hospital, se acercó a ella para compartirle su pesar: “¿Sabe por qué no me visitan? porque en mi juventud nunca me ocupé de mi esposa, ni de mis hijos. No los culpo, es lo que merezco”. Efectivamente, este paciente recibía una visita cada tanto y por breves minutos; su hermana solo pasaba a dejarle papel higiénico.

    Patiño recuerda que después de ese viernes, pasó el fin de semana con las palabras de este señor rondando su cabeza y al retornar el lunes no lo encontró. “Lo busqué en cuanto llegué al hospital, pregunté por él y mi colega me avisó que había fallecido el mismo viernes por la noche. Desde entonces nadie había ido a recoger el cuerpo, es por eso que llamamos a su hermana y su respuesta fue que iría cuando pueda”, relata.

     “Es muy triste ver la realidad de algunas personas. Quizás sin saberlo, este señor y su breve historia marcaron mi profesión”.

    4. ¿Nos casamos?

    Las historias de amor dentro de los hospitales, también existen. Anabel recuerda con cariño a una paciente que le tocó atender y acompañar en un momento muy especial: “Ella era una jovencita muy linda que tenía leucemia. Durante su tratamiento, su novio siempre estuvo ahí y cuando las cosas se complicaron, ellos decidieron casarse en el hospital. Todos asistimos a la boda, fue muy especial, la hicimos en la sala de emergencias. Lamentablemente, poco tiempo después, ella partió, pero cumplió su sueño”.

    Fátima Soria, enfermera de Santa Cruz

    Existen muchas historias detrás de todas estas profesionales en Bolivia y el mundo. Sin embargo, lo más importante es que detrás de estos mandiles blancos, ellas son madres, esposas, hijas, hermanas, tías y colegas. Su vocación y pasión por el bienestar del otro, hace de ésta, una labor de vital importancia y todas con un mismo horizonte.

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