Roberto Méndez
Periodista y docente universitario
Después de un conflicto en el que una de las partes gana, se plantea una pregunta ¿Qué le dijo el ganso a la gansa?, Y la respuesta es: “Ven gansa”. Es decir Venganza y destilar todo el veneno contra el contrincante. Pero eso no debe ocurrir en Bolivia, en el pueblo donde las ‘pititas’ se templaron para expulsar a una dictadura de 14 años, y después de una penosa transición que ha dejado 32 muertos, ver la luz al final del túnel.
Porque ese no es el final de la historia, como en 1992 lo planteara el escritor japonés-norteamericano, Francis Fukuyama interpretando la desintegración de la URSS como la derrota del socialismo frente a la democracia liberal. En Bolivia debe ser el inicio de una nueva era en la que debemos inspirarnos en el líder sudafricano Nelson Mandela, quien tras pasar 27 años preso firme en sus propósitos de justicia social, al salir y ser ungido como primer presidente de raza negra, hizo un llamado a la reconciliación de todos y fruto de ello, Sudáfrica es considerado un país llamado arco iris, que tras haber sido colonizado por portugueses, holandeses y británicos tiene 11 idiomas oficiales reconocidos por la CPE y tres capitales: Pretoria, sede del poder ejecutivo; Bloemfontein, del poder judicial: y Ciudad del Cabo, del poder legislativo.
“La mayor gloria no es no caer nunca, sino levantarse siempre”, dijo al dejar la prisión y tras ser tentado por sus seguidores a aplicar la ley del ojo por ojo y diente por diente, sorprendió a todos cuando afirmó que “los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo”, y hasta dejó a su esposa que lo había acompañado como activista de movimientos sociales contra el “apartheid”, para decir que “el perdón libera el alma.”
Así, el presidente número 67 en los 194 años de historia de Bolivia debe ser capaz de hacer un borrón y cuenta nueva y pensar en un encuentro sin exclusiones, reflexionando sobre nuestro pasado y aprendiendo de nuestros errores.
De acuerdo al académico Isaac Sandoval, con la partida del Movimiento al Socialismo, se ha cerrado el octavo proyecto político. El primero fue el de los Libertadores, con Bolívar, Sucre y Andrés de Santa Cruz hasta 1880 que abrió el paso a los Conservadores hasta 1899 caracterizado por el cambio de la matriz económica de la plata al estaño, el grito de Federalismo y traslado de la sede de gobierno, de Sucre a La Paz; y seguirían los Liberales hasta 1920 y luego los Republicanos hasta 1952, cuando ya empezamos a lamentarnos por la falta de igualdad social y porque habíamos perdido las guerras del Pacífico, Acre y el Chaco y encima Melgarejo se había enamorado de un caballo y regalado territorio a Brasil donde asentó su pata.
El voto universal, la nacionalización de las minas, la reforma educativa y la reforma agraria marcarían hitos en nuestra historia con el Nacionalismo Revolucionario de Víctor Paz, pero se ensombrecería por el proyecto político militar de 1971 a 1982 con García Meza, en el que nos llamarían “Narco-Estado”, hasta llegar a la restauración de la democracia y dar paso al proyecto Neoliberal, de las megacoaliciones y pegacoaliciones que duró hasta 2005, hasta la llegada de Morales que amenazaba con perpetuarse en el poder hasta 2025.
Con una deuda externa e interna que llega a los $us15 mil millones y unas reservas internacionales que no pasan de $us 9 mil millones, Bolivia sigue siendo viable por las reservas de gas, litio y acero que tenemos, de modo que nos queda ser optimista y rezar porque la Biblia haya llegado al Palacio y hasta el primer trimestre tengamos a un nuevo presidente, más humano, más democrático y que aspire como dice Aristóteles a la búsqueda del bien común y no al de su propio entorno como ha ocurrido hasta ahora. Y como todo puede pasar, guardemos bien nuestras “pititas”, ojalá no las necesitemos.