Jenny Karina Troiano
Dirige el Grupo Vocal Eufonía
Maestra y escritora
Es casi milagroso cómo la música tiene la posibilidad de transportarnos, de conectarnos, de recordarnos emociones y sentimientos.
Mi primer recuerdo de la música oriental me lleva a esos viajes de fin de semana, esos 120 km que recorríamos para visitar a los abuelos, en Villa Eloísa.
Entretener a los tres niños durante casi dos horas era tarea complicada, especialmente en esas épocas. Después de cansarnos de escuchar infinidad de veces los mismos casetes, era la voz de mi mamá que, con una afinación impecable, una profunda emoción y nostalgia por su tierra, entonaba taquiraris y carnavales que aprendió en el colegio de niña. Cunumicita, El Guajojó, Novia Santa Cruz, Sombrero ‘e Saó, eran siempre parte del repertorio.
“Es casi milagroso cómo la música tiene la posibilidad de transportarnos, de conectarnos, de recordarnos emociones y sentimientos”
El tiempo pasó y los viajes eran cada vez menos frecuentes, nosotros crecimos y la dinámica familiar fue cambiando. Luego, volví a Santa Cruz, con casi 16 años, y por muy raro que parezca, me encontré en mi lugar, en mi tierra.
Y la música, que siempre había sido una parte muy importante en mi vida, comenzó a florecer. El canto se convirtió en mi mundo. Muy pronto me tocó dirigir coros de niños y elegir el repertorio. Y allí comenzó otra aventura, porque para decidir ¿qué cantamos?, me resultó imprescindible preguntarme ¿por qué cantamos? y ¿quiénes somos?
Quiénes somos es mucho más que el presente, somos el resultado de quiénes fueron nuestros abuelos y nuestros padres, quiénes somos es nuestra identidad cultural.
Y todo fue muy claro, mis coros debían cantar la música barroca misional y catedralicia, la música moderna (siempre que aporte), la música clásica, la música moderna, pero primero y con mucho orgullo, debían cantar los taquiraris, los carnavales, las chovenas de antaño y los modernos.
Y apareció el primer obstáculo: dónde encontrar la música escrita en lenguaje musical, en partituras para las voces correspondientes a un coro. Los poquitos que había, eran para coros bastante avanzados, y con voces mixtas. Manuscritos, por supuesto, y fotocopiados una y otra vez.
Así es que me tocó hacer los arreglos para mis niños de voces blancas, y cada año ir incrementando la dificultad, desafiándolos con recursos técnicos e interpretativos. Y fue muy gratificante verlos cantar y disfrutar esta música, muchos de ellos por primera vez.
Fue por el año 2009 que mi admirado amigo y colega, Luis Alberto Valdivia, me sugirió plasmar todos mis arreglos en un libro. Varios años después, por fin nació «Todos Cantan a Santa Cruz», un libro con 13 arreglos de dificultad progresiva, para voces iguales y voces mixtas.
Tuve valiosísima ayuda, Luly y Carmencita fueron quienes empujaron este primer tomo, ambas cantantes comprometidas con la cultura de su tierra, pero además, gestora cultural y diseñadora gráfica, respectivamente.
Los niños y jóvenes de mi coro y de muchos otros, cantaron estos arreglos en festivales y concursos dentro y fuera de Bolivia, los grabaron y los subieron a las plataformas. Y entonces el desafío se volvió mío, porque hay muchísimas canciones tradicionales del oriente boliviano que merecen continuarse interpretando por la riqueza de su letra y su melodía.
Así es que nació «Todos Cantan a Santa Cruz – Tomo 2», que es otro conjunto de 13 arreglos vocales para voces iguales y voces mixtas.
Y habrá muchos tomos más porque siento que la cultura la construimos entre todos, que nuestra música es un vínculo que trasciende generaciones y fronteras, y principalmente porque quiero ver a mi Santa Cruz crecer desde sus raíces, desde el alma, desde su maravillosa cultura.