jueves ,6 febrero, 2025
33 C
Santa Cruz de la Sierra
More

    Visionarios que conquistaron su ´tierra prometida´

    - Advertisement -

    ‘Santito’ o ‘Pilincho’, así lo conocen a Santos Gálvez, de 86 años, el pionero que, junto a 40 familias, logró el sueño de tener techo propio en un rancho al que nadie daba importancia, Pampa de la Cruz, hoy Villa Primero de Mayo. “Cuando decidí venirme a la Villa no sentí miedo, me vine con coraje…lo que Dios quiera y mire el pueblo lindo que es hoy”, recordó con cariño Gálvez, nacido en Pampa Grande, provincia Florida.
    Por aquel entonces, en 1968, Santos vivía en una casa, que tomó como anticrético, en la zona de La Ramada y se desempeñaba como abogado en una oficina en la calle Ayacucho de la ciudad de Santa Cruz, con mucho esfuerzo había logrado su título de abogado en Sucre. Antes había realizado diferentes ocupaciones desde agricultor hasta comerciante. “Andaba buscando dónde vivir. Un amigo, el diputado Villarroel me dijo: hay un pueblito llamado Los Lotes o Pampa de la Cruz, es un rancho, andá allá y conseguirás terreno barato. Como mandado de Dios me vine. La plaza era un matorral, habían tururús, y ahí nos reuníamos las 40 familias que provenían de diferentes sectores de Santa Cruz. Limpiamos el monte con palas y machetes y formamos el sindicato campesino para solicitar los terrenos del Estado al Gobierno”, contó.
    En honor a los trabajadores
    Así nació el Sindicato Agrario Primero de Mayo, en el que Santos fue su secretario, y el nombre de la ciudadela quedó establecido. ”Al principio unos decían que se llame Che Guevara, dejémonos de líos les dije, como ahora es 1 de mayo porque no le ponemos así en honor a los trabajadores, ¡Qué bien compañerito!, dijeron y así quedó”, señaló Santos, quien mientras preparaba la demanda de tierras, fue testigo de la fundación oficial de la ciudadela, en 1969.
    Una vez conseguida la sentencia del Instituto Agrario, Gálvez se dirigió al Palacio de Gobierno, a encontrarse con el presidente Hugo Banzer, quien había sido su comandante cuando prestó su servicio militar en Roboré. Era de suponer que tardaría años la firma de la resolución suprema por parte del presidente, pero al ver éste a Santo exclamó: “ ¡Vos sos Santo!, mi asistente en la quinta división en Roboré. –Caramba, mi comandante, lo felicito que usted haya llegado a ser presidente. Me hizo el despacho y sentenció: Pórtate como te comportaste en Roboré, como un noble soldado. -Pierda cuidado presidente, yo soy católico, le respondí”.
    Ingresó a Derechos Reales la resolución y se repartieron los lotes. Pero, aquí no acabó la misión de don Santos. Sus acciones y sueños para el desarrollo de la naciente ciudadela fueron muchas. “Como dirigente, fundé Coopaguas para abastecer de agua a la zona en 1970, hice las diligencias con la CRE y ¡elay! traje la luz a los barrios, solicité una línea de micros y así ingresó la línea 4. Colaboré, junto a otras personas, para la dotación de terrenos al Hospital Hernández Vera, la Policía, el mercado San Juan y dos escuelas. Fue un sacrificio de mi persona, no lo hice todo, pero lo andé”, puntualizó.
    Hoy en día Santos es parte de la Asociación de la Tercera Edad del Distrito 7, el mismo la fundó en el 2001 y solicitó un terreno donde fue construida la casa de los abuelos por la Alcaldía municipal. “Gracias a Dios tuve ansias de hacer un pueblo grande y feliz. Sufrí e hice sacrificios con mi familia, muchas veces saqué plata de mi bolsillo por el bien de todos. Ahora, me encuentro bien, cumplí con la gente de la Villa Primero de Mayo que hoy me reconoce y me respeta.
    Continúa en la página 6.

    Su leal compañera

    Lleva 20 años de casado con Felicidad Paniagua, con quien tuvo tres hijos: Fredy, Santos y Luis. Ella trabajaba vendiendo cigarrillos en la plaza principal y vivía en la calle 5. ”Después que falleció mi primera esposa en Camiri, conocí a Felicidad, ella es buenísima, me ayudó muchísimo y lo sigue haciendo. Ahora disfrutamos de nuestros nueve nietos”.

    La fiebre de los lotes

    “Nací en Santa Cruz, fui bautizado en la iglesia La Merced y mi primera comunión fue en la iglesia de San Roque”, así inició los recuerdos de su vida Ramiro Aguilera Trujillo, de 70 años. Cuenta que su mamá al separarse de su padre, retornó a su tierra natal Postrervalle, ahí curso hasta el 3ro de primaria, pero la salud de su madre se debilitó y retornaron a Santa Cruz. “Mi mamá estaba con problemas en la matriz y empecé a trabajar como un burro, tuve que vender periódicos, salteñas y picolé. Vivíamos de caseros en la zona de Las Siete Calles. Colocaba los picolés en un cajón de madera y usaba la bicicleta para transportarme. Asistía al colegio nocturno, pero me dormía. Recogía de la fábrica de tres empresarios turcos los helados, frente al colegio Santa Ana, y, con el tiempo, cambié la bici por la motocicleta”.
    El trabajo duro, conocer el lado áspero de la vida, se convirtió en una bendición para Ramiro dándole la visión y el coraje para luchar por una casa propia. Vivía en una casita humilde en la avenida 4 de Noviembre con su mamá y, con un golpe de suerte, vendieron la casa a una comerciante de la zona.
    Corría el 1973. “A mis 21 años llegué a la Villa, atraído por la fiebre de los lotes, junto a mi esposa Bertha Céspedes. No había la plaza, ni agua, ni luz todavía. Usabamos velas y comprábamos el agua. Me quedé con mi familia y aguantamos la tempestad. De vivir en un pahuichi pasé a comprar una casa vieja, con techo de teja, sobre la calle 5 este de 600 metros cuadrados, frente a la plaza principal, conocida como la mejor casa del área. Viví ahí varios años hasta que tuve los recursos para mejorarla y, con el tiempo, la renté a varias empresas. Actualmente, la rentó al Banco Económico”, dijo.
    Fue fundador del mercado Coarco y logró vender su puesto por una buena suma de dinero, que le permitió hacer mejoras en la insfrastructura de su casa de la calle 5.

    “La Villa me dio mucho”

    De vendedor de picolé se reinventó para ser albañil y sereno trabajando en varias empresas en el Parque Industrial hasta que finalmente volvió a su casa de la calle 5 y, más tarde, compró otra casa en la que actualmente vive. Su esposa falleció hace tres años y su recuerdo le hace derramar lágrimas, pero cuenta con el apoyo de sus hijos y de sus 12 nietos. “La Villa me dio mucho y le tengo muchísimo cariño”.

    Tras un sueño

    Oriundo de Cochabamba, Emilio García Álvarez, de 68 años, de oficio albañil, relata que se vino a Santa Cruz a buscar trabajo y un hogar. “En 1987 llegué con mi esposa, María Angélica Luisaga, a la Villa y no nos movimos más. No fue un panorama agradable, era triste ver lo poco desarrollada que estaba la zona. Entramos con machete, así fueron llegando otros de diferentes regiones del país. Nos organizamos en un sindicato en 1989, eramos unas nueve personas, para solicitar tierras gratuitas al Estado – haciendo cumplir los preceptos de la reforma agraria de 1952- y acepté ser el secretario de la organización sindical”, dijo.
    Cuenta que ayudaron en la urbanización y la planificación de la ciudadela y a delimitar el casco viejo. Además, participaron activamente en la construcción de la escuela Fe y Alegría Santa Cruz de la Sierra. “Levantamos paredes y nuestras esposas cocinaban y nos hacían refrescos, pusimos nuestro esfuerzo por la educación de nuestros hijos y por ver crecer este distrito, orgullo de Santa Cruz”, señaló.
    Emilio recuerda que tenían que traer agua de un curichal. “Poniamos baldes en los hombros y así conseguíamos el preciado líquido hasta la presidencia de Jaime Paz Zamora, quien dispuso comprar un tanque de agua. De a poco, fuimos beneficiándonos del alcantarillado. Nada se obtuvo fácil, tuvimos que peregrinar por el bien de nuestras familias. La Subalcaldía no nos daba preferencia a nosotros, así que recolecté firmas de los vecinos, con la ayuda de un abogado, hicimos que el asfalto se realice en todo el casco viejo”.
    “Hemos sufrido, pero conseguimos un hogar en la calle 1 oeste Nro. 24. La Villa me dio todo. Ahora estoy jubilado y, aunque mi esposa está delicada de salud, celebramos 44 años de matrimonio”, sostuvo. Tenían ocho hijos, dos fallecieron. Don Emilio y María Angélica disfrutan de sus 12 nietos y un bisnieto.

    La seguridad ante todo

    “En este distrito no había seguridad, ahora ha bajado la ola de robos, había asaltos graves. Parece que ronda la Policía y no se escucha hablar de atracos como antes: han muerto, la han violado, todo era así, había muchos locales de bebidas y ahora han disminuido las chicherías”.

    Latest Posts

    Publicidad

    Más noticias

    Publicidadspot_img