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    Y ahora en Bolivia ¿qué?

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    Monseñor Nicolás Castellanos Franco

    Fundador Hombres Nuevos  

    Después de los sucesos lamentables, enfrentamientos, muertes, cambios fuertes en la primavera de 2019 en Bolivia, siguen las preguntas de ayer y las de hoy. Y la pregunta fundamental ¿Por qué ha sucedido todo esto? Tal vez las causas estén indicadas en las respuestas que hay que dar a las preguntas de ayer y los efectos y consecuencias en las respuestas a los interrogantes de hoy.

    Estamos en un nuevo ciclo, una nueva etapa de la historia de Bolivia. Si miramos a la bondad de Bolivia y al horizonte de futuro, una etapa para soñar, porque otra Bolivia es posible y factible, después de sanar las heridas históricas de la exclusión social, indígena y cultural.

    Para ello, hay que dar respuesta a las preguntas de ayer. Ante todo, un problema de justicia social, que pide cambiar las estructuras injustas, políticas, sociales, económicas. Es un problema de pobreza y corrupción. Somos el país de mayor desigualdad en América Latina. Esto se soluciona creando puestos de trabajo. No puede ser que entre un 60% y un 70% de los bolivianos se ocupen en trabajos informales. Según los analistas 6 de cada 10 bolivianos hacen trabajo informal. Eso quiere decir que no pagan impuestos y así tenemos una salud y una educación ínfimas y unas carreteras intransitables. 

    Por otra parte, tiene que haber seguridad y garantías jurídicas para conseguir inversiones extranjeras imprescindibles. En esta línea hay que darle continuidad a las políticas sociales redistributivas del gobierno de Evo Morales, una mejor distribución de la riqueza en beneficio de todos, especialmente de los más empobrecidos. Invertir y cuidar la inclusión de los sectores marginados y excluidos. Crear una clase media fuerte y contar con los movimientos sociales. Cuidar el crecimiento económico sostenido, que en los últimos tiempos fue mayor que en los países vecinos.

    El primer objetivo es reformar la justicia y reducir la pobreza estructural, acabar con el hambre para no seguir liderando el ranking de hambre en América Latina, con un 19% de su población subalimentada, según la FAO en 2018.

    El país no cambia, sino cambia y mejora la educación y la salud. Qué duda cabe que una educación de calidad en valores, de innovación tecnológica es la senda para la integración del país para acabar con ese cáncer nacional de la corrupción, provocar la responsabilidad social de las empresas y la búsqueda del bien común por parte de los políticos.

    Para ello, hay que invertir mucho más en educación y salud. No es razonable, ni recomendable que la inversión en educación y salud no sobrepase el 15% y los Ministerios de Defensa, el Ejército, la Policía acaparen el 50% del presupuesto nacional.

    Y llegamos a las respuestas a las preguntas de hoy. La primera que viene es la elección de un Tribunal Supremo Electoral, formado por gente idónea, honesta, proba, para organizar unas elecciones limpias y transparentes que devuelvan la confianza al pueblo. Y en consecuencia, establecer un estado de derecho en libertad, con el ejercicio de todas las libertades, en una correcta democracia, con unas reglas de juego precisas y practicadas, con una rendición de cuentas real y verificable, supervisión de la gente. Y que siga la “revolución de las pititas”, ese movimiento ciudadano por la democracia, las libertades y elecciones limpias. Y así todo ello culmine en una buena gobernanza. No es fácil en esta coyuntura diseñar un proyecto de país en medio de un ambiente tensionado por los problemas sociales de desigualdad, de exclusión social, de pobreza persistente, de desconfianza en los políticos. Una segunda respuesta es terminar con todas esas fuerzas burguesas, sociales, empresariales, terroristas, que se han estado aprovechando con el narcotráfico y contrabando.

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